domingo, 1 de enero de 2012

La dimensión espiritual del parto.



Preparación al parto: clases, revistas, libros, infinidad de materiales y profesionales de todo tipo se dedican a preparar a las embarazadas para el parto. Casi siempre esa preparación consiste en explicar las fases del parto, los mecanismos físicos y biológicos que lo desencadenan, las posturas… y cosas tan obsoletas y absurdas como “enseñar a respirar”. En muchos casos, todavía se prepara a la mujer para aceptar todo tipo de técnicas o procedimientos que se le harán en el hospital estén o no indicados…Por desgracia en muchos lugares la preparación es para la “sumisión en el parto” , dando mensajes seudotranquilizadores a la mujer del tipo “no te preocupes, que en el hospital todo estará controlado”, “tienes que confiar en que los profesionales harán todo por tu bien y el de tu bebé”, etc. En casi toda esta preparación se niega por completo la dimensión espiritual del parto.
Y es que el parto es un profundo viaje interior, una experiencia que roza lo místico, seamos o no religiosas. Conocer esta dimensión espiritual del parto parece importante para que cada mujer pueda vivir su parto de la mejor manera. Conocer todo lo que conlleva el parto permite salir siempre reforzada del mismo, independientemente de cuál sea el resultado final.
El parto es un viaje interior, una transición, una travesía que en un momento dado cada mujer debe realizar sola, por muy acompañada y sostenida que esté. Siempre hay un punto en el que eres tú y tu dolor, tú frente a tus miedos, tú frente a tus ganas de escapar, tú frente a tu dificultad para dejarte llevar, para dejar de controlar, para abandonarte y CONFIAR. Cuando ya sientes que no puedes más, cuando el dolor te ciega y te rindes y dices me rindo, entonces pasa el dolor otra vez y llega la calma, la belleza, esa sensación que te da la oxitocina entre contracciones y hace que todo te parezca bellísimo. Sí, es un viaje y una travesía interior el parto, y si lo entiendes y lo vives, el aprendizaje luego te sirve para todo en la vida, para todas las crisis, las contracciones siempre vienen y van, siempre es difícil confiar. Si las mujeres escucharan ese tipo de relatos, si estuviesen preparadas para saber que habrá un momento critico en el parto, un momento en el que saldrán sus miedos, sus demonios, y pudiesen pensar cómo los afrontarán, qué tipo de ayuda querrán entonces… Si sólo con oír una voz dulce que te dice “va todo bien, sigue…” te puede valer o no, o si alguien te recuerda “es tu bebé, déjale nacer, confía en él…”
Para ilustrarlo, un maravilloso relato de una madre, Nerea Nara, que dedicó muy especialmente a su doula, Ana Merino:
“Me despierta el dolor; las contracciones son agudas y regulares; el mecanismo increíble de la naturaleza se ha despertado, no hay marcha atrás. Siento excitación ante lo desconocido, es como prepararse para una gran fiesta en medio del dolor. Sonrío, sonrío y gimo. Me postro en el suelo con cada contracción – devuélvele a la tierra lo que es suyo-, me doy cuenta de que me encuentro en un estado de ensoñación e hiperconsciencia. Siento tanta serenidad y a la vez tanta energía que quiero quedarme aquí eternamente… quiero poder volver a este momento siempre que lo necesite.
Dejarse llevar, ¡disfrutar!, dejarse mecer, pero duele, me resisto, ahora viene, ahora se va -no luches contra el dolor, sumérgete en él- y me voy abriendo, voy comprendiendo, lloro de felicidad y algo luminoso estalla junto a mi ojo izquierdo. Miro al padre de mi hijo y quiero regalarle el secreto, pero no puedo hablar. Él ha comprendido, nos abrazamos. Tengo que deshacerme de mi mente. Sacudo con fuerza la cabeza, no puedo preguntar, ni saber, ni analizar, ni pensar. Por eso hay penumbra; no hay momento del día, no hay adentro y afuera. Creo que tengo que perder el control. No puedo parir con la cabeza, sólo puedo hacerlo con el cuerpo, con el instinto, y he de ir mucho más allá. Me siento ligera aunque sigo inclinándome hacia el suelo. Ah, son reverencias. Ah, soy un animal. Presa del pánico; de repente siento miedo ante la libertad. Nadie me puede indicar si lo estoy haciendo de la manera correcta, porque no existe la manera correcta. Vértigo, y liberación. Más contracciones, grito sin restricciones, es salvaje. ¿Y si es demasiado salvaje? Ahora soy una niña. Lloro, pregunto. Necesito que me digan que lo estoy haciendo bien. Me lo dicen, pero no me consuelo. Me doy cuenta de que no sirve de nada. Me siento sola y perdida, aturdida, casi siento rabia… y entonces dejo de buscar afuera; la única manera de seguir adelante es mirando y escuchando hacia dentro. Más adentro, más adentro está la voz. Ahí. Ahora sí, todo es como tiene que ser.
Y continúo, más allá de la experiencia, del umbral del dolor, del tiempo, de todo lo conocido. Es una experiencia iniciática. Si supero esta prueba, habré crecido milenios. Habré retrocedido hasta el principio mismo del cosmos. Ahora hay un obstáculo; es Alén, ¿no quiere nacer? pierdo mi identidad para que él pueda avanzar. Tengo que hacerlo… pero entonces me difumino, me fundo, pierdo la fuerza, me desvanezco, me hundo. Me voy abajo, muy adentro, demasiado… está oscuro y pesa. Es la muerte; me dejo. Hay alivio, pero no puedo descansar. Temo no poder volver. Temo por la vida de mi hijo, reacciono, me desespero; no tengo poder sobre mi cuerpo, estoy tan exhausta que ya no puedo conectar. Tengo muchísimo miedo, tanto que digo la palabra “hospital”, tiemblo. Suplico, me arrastro. Me reincorporo con ayuda. Me animan. Tengo que poder. Tengo que poder. Y puedo. Necesito agarrarme a la gente, a la carne, a la tierra, grito, no grito, soy un grito, ya no sé, estoy fuera de mí, empujo con una fuerza descomunal desde adentro… y mi hijo sale de mí. Y ya no hay nada más. Lo sostengo contra mi pecho, todo alrededor es dulce, es caliente, es una cabeza diminuta en mi mano, es un aullido extático, es sangre, palpita, se mueve… me mira fijamente; es un ser. Se ha creado dentro de mí, ha nacido al mundo a través de mí; es mi hijo, pero no es mío. Es la vida. Es maravilloso. ¡Lo he conseguido! Sí, he muerto y no he vuelto; he ido más allá. He atravesado la puerta, y he nacido a una nueva vida junto a mi hijo.”

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